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Mostrando entradas de septiembre, 2024

Silencio

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                                                                        SILENCIO…              Se suele pedir silencio porque es el momento en que hablen los garrotes. Y éstos suenan no sólo con el chocar de uno y otro: suenan porque les corresponde a ellos la expresión que se ha de escuchar, la que se transmite en ese momento en la que se nos pide bajar la voz para entender mejor lo que estamos viendo. Pero muchas veces sucede que quien está jugando deja de escuchar tanto el golpe de los dos palos entre sí como el mismo silencio requerido. Entonces oye el aire que corta el acebuche cuando se mueve en éste, oye su propia respiración y la de la otra persona que tiene enfrente. Incluso percibe el eco adelantado del próximo movimiento que le ha de poner en guardia. Si: es tanto...

Miguelito Mayor

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  Yo nací en una cabaña en una alta cumbre de una angosta atalaya. La risa me da compaña y el divino sol me alumbra.   Siempre en la antigua costumbre que anuncia la primavera es la cumbre medianera y con los vecinos comparte.   Linda para todas partes y hasta las costas remedia organizando sus cenas donde sus partes descienden.   Y cuando viene a noviembre con las señas del verano suplica aquí un anciano: “el que tiene pan, que siembre”.   Cuando el invierno es temprano y las nubes se extienden, si el labrador se defiende llena sus cuevas de grano.   Es la cumbre la primera que anuncia buenos principios y a todos sus municipios anuncia la primavera.   Cuando las lluvias primeras todas me parecen pocas, cuando un temporal revoca, aparte de sus llanadas, también tiene sus cañadas que conducen a la costa.   Siempre que en la cumbre llueva y los tiempos se acumulan, la costa tiene una dula que sus barrancos le llevan.   Y cuando en la cumbre nie...

Hierbolario

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                                                                  HIERBOLARIO “…antes del estilo existió la palabra…” Al otro lado de la lluvia, la que ya no cae al igual que cuando éramos niños, se siembra, riega y cosecha el sustento que alimenta a los ganados que han dejado de encontrarlo donde ahora resuenan sus pezuñas en un desierto de penas y tristes miserias. Al otro lado del mar, el que siempre ha acariciado nuestras costas en un interminable beso de agua salada, se aventa, muele y empaqueta en naves transgénicas el grano que actualmente abastece los pesebres y comederos de los rumiantes generosos en leche. Al otro lado de la tierra, la que ya no nos pertenece más que bajo una hipoteca ruin y sangrante, se sellan, etiquetan y precintan los contenedores que viajaran a lomos de veloces trenes derechitos a los m...
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Desnudas fueron siempre las manos de mi abuela. Desnudas desde que amanecían hasta la hora en la que, con dos dedos al modo de pinzas, apagaban las velas por todas las dependencias de la cuartería que se quería casa. Acostumbrados a los hierros calientes con los que planchaba la ropa parecían no quemarse. A veces se los mojaba con los labios por costumbre más que por lo caliente que iban a tocar. Siempre creí que se los acariciaba con un beso: como aquél que, imitándola, nos enseñaba darle a un trozo de pan recogido del suelo. También creí, durante mucho tiempo, que sus labios eran un termómetro porque, dejándolos un rato pegados a nuestra frente, nos medía la fiebre con ellos. Lo cierto es que, desde muy pequeño, entendí que había una estrecha relación entre su boca y sus manos. Con unas callaba a la primera y con la otra, en silencio, dejaba decir a las segundas. Recuerdo que con éstas le hablaba a la barriga de mi abuelo. Para ello echaba un chorrito de aceite de comer sobre su ...