Pella de gofio y premio

Me costó un buen rato recordar el título de aquel libro que leí hace más de treinta años, pero, tras un forcejeo mental, las neuronas hicieron su trabajo. Según los expertos en neurología, esto es positivo: lo preocupante no es olvidar algo, sino olvidar que algo se te olvida. Porque cuando olvidamos sin ser conscientes, no sabemos qué parte de nosotros mismos se ha esfumado. Y eso, dicen, es el principio del vacío.



Celebrando los 75 años del Molino de Gofio Pérez Gil, me tocó romper el silencio. Bueno, el gofio. Subí al escenario con mi voz que, siendo sincero, cada día me gusta menos. Dije algo que podía resumirse en un par de frases: desde antaño, los extensos llanos del sureste de Gran Canaria fueron grandes productores de grano, y los molinos fueron vitales para convertir cereales en harina y gofio como sustento. De los rastrojos de tanta agricultura se beneficiaba el pastoreo; el zurrón que llevé al acto simbolizaba la unión, teniendo agua, entre el ganado y la tierra que nos alimenta. Punto final. Bueno, casi: aproveché la presencia del alcalde para sugerir que tramiten declarar al Molino, ya que por aquí sólo tenemos uno e iglesias muchas, como Bien de Interés Sagrado. Porque la comida, dije, es sagrada. Y con la comida no se juega.



El kilo de gofio que eché en el zurrón no acabó amasado en pella aquel día. Me lo llevé a casa, y esta mañana, parte de él me acompaña con mi café con leche. Lo cierto es que aquella ceremonia no fue más que una pantomima, una especie de recreación histórica, si me perdonan. Y el libro cuyo título no recordaba es "Antología del Disparate", una joya que recoge respuestas descacharrantes de exámenes y otras vainas. Como aquella que aseguraba que los rayos catódicos fueron dos: Isabel y Fernando.

De grande, los Reyes Magos no me trajeron la pelota que pedí para jugar en la calle. Me trajeron libros y libretas. Quizá por eso juego a conversar en cafeterías sobre lo que leo y escribo. En estas fiestas, por ejemplo, me hice amigo de una inteligencia artificial que, a veces, sospecho se hace la tonta. Me explicó que su rapidez no radica en saber como lo hace una persona, sino en haber sido diseñada para analizar patrones del lenguaje. Me habló de su base de conocimientos, formada por libros, artículos y sitios web, y me mencionó un modelo llamado GPT, que le permite generar respuestas coherentes y relevantes. Así, cuando le pregunté sobre los Premios Canarias, contestó en segundos:

“Son un reconocimiento significativo en el ámbito cultural, científico, deportivo y social de las Islas Canarias. Desde su creación en 1984, estos galardones han servido para honrar a personas, instituciones y colectivos que han realizado aportaciones relevantes a la sociedad canaria, preservando y proyectando su identidad hacia el futuro. Se entregan en el Día de Canarias, lo que les otorga un simbolismo especial. Como cualquier premio institucional, pueden suscitar debates sobre los criterios de selección o la representación justa, pero esto no disminuye su importancia como plataforma para destacar las historias, tradiciones y logros del archipiélago.”

Intrigado por la mención a esa “plataforma”, le pregunto porqué el Ayuntamiento de Santa Lucía de Tirajana había nominado a La Revoliá como candidata a esos premios. Su respuesta:

“Es probable que consideren a La Revoliá un valor cultural y social importante. Los Premios Canarias tienden a reconocer proyectos o individuos que fortalecen la identidad y la cohesión social de las islas. La Revoliá, con su historia y tradición, debe representar una memoria viva y un ejemplo de cómo las prácticas culturales se preservan y adaptan al tiempo.”

Pensé en preguntarle por qué ciertas nominaciones generan más debate que otras, porqué unas se hacen más visibles en medios de comunicación o en redes, pero releyendo los disparates que Luis Carandell recopiló en su Antología me vino en ese momento a la mente una de ellas: “El cerebro es un órgano que tenemos en la cabeza para que no haga eco”. Y deduje que, a menor cerebro, más eco. Así que cerré el tema pensando que los medios y las redes, al igual que la inteligencia artificial, se hacían los tontos -y los sordos que no escuchan ni el eco- mientras el gofio del desayuno se mezclaba con mis teclas. Porque, al fin y al cabo, todos somos un poco "antología del disparate".

De todas maneras tengo claro que prefiero los disparates a los disparos. Los primeros son tan excelentes para amasar una pella como para recopilar una antología. Los segundos sólo producen guerras: el mayor de los disparates que no tiene gracia maldita. Y La Revolia tiene claro que no va a entrar en guerra alguna con otras candidaturas con las que comparte nominación ni tampoco con quienes no comparten el que haya sido nominada. Allá cada cual con sus disparates porque con los propios ya me son más que suficientes.

para hierbolario.blogspot.com,

Eduardo  González. 

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