Tregua y continuidad


 

Hoy, el Juego del Garrote tradicional canario ha sido declarado, en el Consejo de Gobierno de Canarias, Bien de Interés Cultural Inmaterial. Así: con todas las letras y con el peso que tienen estas cuando llegan después de tanto tiempo esperándolas. Y hoy, quienes apostaron por este reconocimiento —los que se reunieron, redactaron, corrigieron, representaron a los colectivos, respondieron alegaciones y volvieron una y otra vez sobre los mismos papeles— pueden, al fin, detenerse un momento y mirar hacia atrás sin prisas. También pueden permitirse, sin culpa, celebrar en silencio lo alcanzado, aunque sea con el gesto sencillo de quien brinda con la mirada.

Sería adecuado, así mismo, reconocer en este instante que la mente humana necesita, de vez en cuando, una tregua: una rendija por la que entre el aire. Este es uno de esos momentos porque no hay logro que no venga acompañado de un cansancio profundo, de una leve desorientación que deja el esfuerzo cuando ha durado demasiado. El proceso para alcanzar esta declaración ha llevado más de tres años. Tal vez cuatro, quizás cinco. No importa tanto la cifra como el tiempo interior que ha supuesto la espera, el trabajo discreto, las conversaciones a media voz, las dudas y convicciones que iban y venían como la marea. Mientras tanto, el empeño seguía puesto en mantener vivo al garrote, ajeno al ruido de la inútil discordia, practicándolo con respeto y sosteniéndolo como una herencia que no se posee, sino que se custodia.

Por todo ello es natural que algunos sientan ahora el temblor del cansancio. Habrá quienes decidan apartarse un tiempo, dejar que el aire les devuelva la calma. Otros, más cansados aún, tal vez digan “hasta aquí llegué”. Y está bien que así sea porque no hay abandono en ello, sino un modo digno de cerrar el círculo que les tocó sostener. Está bien porque saben que la declaración es tanto un reconocimiento como una advertencia. Todo lo que se protege corre el riesgo de quedarse quieto, y el garrote solo existe en movimiento: en el cuerpo que lo aprende, lo interpreta y lo transmite. De nada serviría colgarlo en vitrinas. Lo que importa es que siga pasando de mano en mano, con el mismo gesto antiguo que lo ha mantenido vivo hasta hoy. Bien está, además, porque están seguros de que otras manos lo harán posible.

Y podrán, por fin, guardar silencio. No el silencio del olvido, sino el de quienes, después de mucho trabajo, prefieren dejar que las cosas digan solas lo que son. Lo importante no es que, según el Gobierno y su ley, el garrote sea reconocido como un bien cultural e inmaterial. Lo verdaderamente importante es que siga latiendo en las manos de quienes lo practican, con esa mezcla de fuerza y templanza que solo pertenece a lo vivo.

Ahora toca otro tiempo. No el de expedientes ni el de informes favorables. Tampoco el de declaraciones aprobadas. Ahora es el momento de los encuentros: de pensar juntos qué significa este logro, cómo cuidarlo sin encerrarlo, cómo seguir enseñándolo sin petrificarlo, cómo transmitirlo sin desvirtuarlo. Quienes han caminado todo este trayecto no son, todavía, lo suficientemente ignorantes como para cantar victoria. Saben perfectamente que lo único que han ganado es una responsabilidad: una más. Por eso, permitámosles —por lo menos hoy— un descanso que bien merece festejarse, aunque sea con la calma de quien sabe que la alegría también puede ser un acto de gratitud. Porque mañana, como siempre, la continuidad volverá a su lugar.

para hierbolario.blogspot.com

Eduardo González 

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