El fraude de la vergüenza


 El fraude de la vergüenza

Hace unas semanas circuló por ahí una foto de familia tomada a las puertas del teatro Víctor Jara, después de la entrega del Ídolo de Tirajana en el apartado de Identidad, que el Ayuntamiento de Santa Lucía de Tirajana decidió otorgar a La Revoliá. En la imagen, además de allegados, aparecían las hijas del maestro Manuel Guedes, recordando —por si hiciera falta— que la continuidad también se sostiene en la memoria.

La reacción fue inmediata: mensajes de felicitación, palabras de cariño, reconocimiento al trabajo silencioso de quienes llevan décadas cuidando una tradición que, a estas alturas, ya forma parte del esqueleto de nuestra identidad. Nada fuera de lo común: cuando las cosas se hacen bien, la gente suele advertirlo. Y agradecerlo. Porque la memoria no necesita imponerse; con aparecer, basta.

Pero entre los comentarios surgió una voz que decidió elevar la conversación a cotas sublimes. Calificó la imagen con dos únicas palabras: “vergüenza y fraude”. Ahí es nada. No entraré en polémicas —faltaría más—, aunque vale la pena asomarse a lo que esas palabras insinúan. Cuando alguien habla de “vergüenza” siempre conviene preguntarse de qué vergüenza estamos hablando. ¿La del regalo inmerecido? ¿La de ver reconocida una tradición sin haber pasado por su aduana personal? ¿O quizá la más difícil de admitir: aquella que no se reconoce por vergüenza propia?

En cuanto al “fraude”, la cosa se pone aún más interesante. Si en un contexto cultural aparece esa palabra, lo mínimo es revisar si alguien ha intentado vender garrotes falsificados en la puerta del teatro. Pero no: aquí la denuncia se limita a un desacuerdo con lo que la comunidad celebró sin pedir permiso. En ese sentido, el “fraude” no apunta a la tradición, sino a la frustración de quien no soporta que la alegría ajena siga su curso sin consultársela.

La cultura no suele medirse en porcentajes ni exige certificados de pureza. Su valor está en la transmisión, en el cuidado y en el reconocimiento natural que despierta en la gente. Por eso, “vergüenza y fraude” dice menos de quienes recibieron el aplauso que de quien no supo disimular que le molestaba.

En estos tiempos de redes sociales, donde una ocurrencia se confunde enseguida con un veredicto, no está de más recordar lo básico: respeto, memoria y comunidad. La foto publicada era solo un instante de agradecimiento. El comentario —“vergüenza y fraude”— podría haber sido un título prometedor para una novela de crímenes y castigos, un drama televisivo de sobremesa o incluso un editorial de esos que prescinden de la realidad para no estropear un buen eslogan. O, siendo sinceros, para un disparate que no alcanzó la categoría de ocurrencia brillante. Brillante, eso si, estuvo el administrador de los comentarios: se limitó a darle las gracias.

para hierbolario.blogspot.com

Eduardo González 



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