Al acebuche no hay palo que le luche
“Al acebuche no hay palo que le luche”, nos decía el viejo pastor. Y nos bastaba este dicho del saber popular para hacernos una idea del tipo de madera que este árbol nos proporciona. Si bien existen otras especies arbóreas que nos surtan de varas dignas de ser empleadas para los usos a los que nos estamos refiriendo, como lo son el escobón, el almendrero o el brezo, el acebuche ha tenido siempre una consideración especial tanto por parte de los pastores como de los campesinos. “Al escobón le dio un bofetón”, “al almendrero le dio palos en el terrero”, “al brezo y el escobezo le dio por los besos”, “de la melosilla hizo astillas”, “al barbusano no le dejó un hueso sano”… Estos versos nos hacían comprender el lugar que ocupaba, y ocupa, el acebuche a la hora de ser comparado con otras maderas. La dureza y flexibilidad de sus varas quedaban, por lo tanto, disculpadas.
Y deben ser éstas cortadas cuando la luna esté en su menguante metido y la savia duerma su profundo invierno. Nos aconsejaba para ello observar al satélite en el mes de febrero, después que los fríos hayan aletargado la sangre del árbol y ésta, en inerte actitud, no fluya lo más mínimo a la hora de ser amputada la rama. De otra manera la madera tendería a estallarse y a llenarse de rajas.
El calor de una buena hoguera nos ayudará a ir calentando, que no quemando, las varas que aproximadamente hará un año que hemos cortado. Si las prisas nos apuran podremos acortar este espacio de tiempo sacándolas de vez en cuando a la semisombra de la parra del patio o a la tibieza de los últimos rayos de sol de la tarde. Es posible que así en medio año consigamos que estás hayan secado lo suficientemente como para aplicarles el siguiente proceso.
Trataremos con el fuego darles calor poco a poco, no de forma brusca ni repentina. Conviene para ello dejarlas un buen periodo de tiempo a una distancia prudente de las llamas, o de las brasas, dándoles vueltas de vez en cuando. Tampoco es mala idea untar los palos con sebo de cabra. Esta grasa ayudará a que el calor penetre de una forma más homogénea en las entrañas de la madera.
Y será esta brasera fiebre la que nos permita que la madera de acebuche adquiera todavía una mayor flexibilidad de la que ya posee por atributos propios. Es entonces cuando, apalancado el palo en un sitio adecuado para ello, podremos empezar a enderezar aquellas curvas que pretendemos eliminar.
Después de muchos apalancamientos y fuerzas contrapuestas, el palo, que poco a poco se va convirtiendo en garrote, adquirirá la forma deseada.
El fuego, aparte de permitirnos que el acebuche se vuelva lo suficientemente maleable como para “jugar” con él, nos facilitará la operación de desconcharle o retirarle la corteza. Al mismo tiempo le proporcionará el temple que un buen garrote necesitará. Después lo enfriaremos a base de emplear un trapo mojado en agua o bien dejaremos que sea el sereno de una noche clara quien lo haga.
Una vez que nos demos por satisfecho con la vara que en nuestras manos reposa es conveniente untarla con sebo y dejarla unos cuantos días al sol y al aire. Entonces habremos terminado con nuestra operación hechicera perteneciente a una especie aun no extinguida que juegan a ejecutar sus rituales de luna, agua y fuego.
El Maestro de Garrote Venezolano, D. Eduardo Sanoja, en sus versos al otro lado del Atlántico, nos dice:
… si lo coge en tiempo malo
se le rajará después,
por eso el corte del palo
en menguante debe ser.
…luego enciéndase una hoguera
pa’que lo ase bien asao,
no se pase de candela
porque queda requemao.
Quémelo solo la concha
pa’que le quede dorao.
Alíselo rapidito
antes de que haya enfriao
y úntelo con grasa e’chivo
pa’que quede retemplao.
Déjelo a sol y sereno
hasta que se haya curao
y pa’eso se necesitan
30 días bien contaos.
“El garrote en nuestras letras”.
Eduardo Sanoja- Irene Zerpa
para hierbolario.blogspot.com,
Eduardo González.





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