El hilo de la memoria
Tal vez eso que llamamos historia no sea más que lo que otras personas decidieron dejar por escrito. Posiblemente no lo hicieran con mala fe, aunque tampoco siempre con toda la de la buena. Lo cierto es que lo escribieron con la letra caligrafiada y decidida a fijar, fuera de toda duda, lo que consideraron digno de oficialidad, posteridad o propaganda, según los casos. De esta manera, a los nombres, batallas, decretos y sucesos les acompañan —grapadas e inamovibles entre paréntesis— las fechas en que sucedieron. Pareciera, a veces, que las cosas ocurrieron un sábado —exactamente a las cuatro y veinte de la tarde— y de ahí, tras anotarlo, a otro asunto.
La memoria, en cambio, —y esto lo sospecho más que saberlo— no pertenece a nadie en particular y a todas las personas a la vez. La memoria no exige haber estudiado historia o haber leído crónicas oficiales. Esta aparece cuando le da la gana, sin pedir permiso y sin tener que explicar nada. No figura en actas ni enciclopedias y, a menudo, se nos presenta descalza, con la ropa arrugada y oliendo a cocina. O mojada aún por una lluvia de hace más de treinta años.
Recuerdo que, de niño, me bastaba tirar del hilo que colgaba, por un agujero, de la puerta de la vecina para que el pestillo cediera y se abriera su casa. Solo hacía falta llamarla desde el pasillo para entrar hasta el fondo, hasta la cocina, donde casi siempre se hallaba rodeada de calderos y cáscaras de papas, con la compañía de una radio que hablaba sola sobre la mesa. No hacía falta ni timbre ni portero automático. Solo tirar del hilo para, después de la cocina, pasar hasta el patio y sentarme bajo un limonero. Ahora dudo si era una higuera o una parra la que daba la sombra que me acogía. A veces, recordar es como elegir una fruta en el supermercado, donde todo se parece. Y supongo que tendré que comprar limones, higos o uvas para volver a oler esa sombra. O a oírla. Porque las sombras también suenan, sobre todo las del pasado, que crujen como cañas secas cuando se pisan.
Ahora tengo en mis manos un trozo de hilo. Quizás sea el mismo, o quizás sea otro distinto que se le parece mucho. Y cuando lo miro —y cuando juego con él enredándolo entre mis dedos— vuelvo a recordar a la vecina y el patio de su casa, donde había un limonero. O una higuera o una parra. En cualquier caso, lo que sí es seguro es que nadie habrá registrado el sistema de apertura de su puerta en ningún archivo histórico ni en crónica oficial alguna. Ningún notario habrá dado fe de semejante invento ni le habrá grapado una fecha, entre paréntesis, a su nombre. No se dirá que fue un sábado, a las cuatro y veinte de la tarde, o un martes lluvioso cuando se ideó tal propósito. Poco importa, como tan poco habrá de importarnos si tal notario llevaba corbata o calcetines distintos dentro de sus zapatos. Importa poco todo eso. Pero yo sé bien que tiré de ese hilo cientos de veces y que, ahora, al tocarlo de nuevo, algo tira de mí.
Dicen que olvidar el pasado es peligroso, pero no dicen lo más grave: que ese olvido nos desdibujará también el futuro. Y si es así, si todo depende de un hilo, yo me pregunto quién estará tirando de él en este momento. Tal vez sea un hilo el que tira de nuestros recuerdos. Por eso sigo guardando este hilo entre los dedos: para no olvidar por dónde volver.
Cuando paso por delante del molino de gofio, sé que hay un hilo que tira de mí y me hace entrar por su puerta siempre abierta. Todavía me queda gofio en mi despensa, pero, aun así, me acerco hasta el mostrador, porque el olor a la sombra del millo tostado me llama. El Molino de Gofio “Pérez Gil” no es solo un lugar donde se tuesta y se muele el grano: es una grieta por donde respira la memoria. En su interior siempre cruje algo, como las cañas secas del patio de mi vecina. Y, sin saber cómo, el pasado —ese que no figura en ningún libro de historia— se sienta a mi lado. Y me cuenta cosas. Y yo escucho los recuerdos de una memoria que tiene las manos impregnadas con olor a gofio. Y tibios sus callos de tanto amasar memoria.
Por eso, mientras las piedras del molino sigan girando y el hilo no se rompa, sabré que el pasado late en el presente. También que el futuro, gracias a este hilo, no perderá la memoria.
…para hierbolario.blogspot.com ,
Eduardo González Pérez.

Comentarios
Publicar un comentario