Arados en las paredes


En muchas de aquellas casas tradicionales —las que las tejas protegían de la lluvia y las parras resguardaban del sol—, un arado colgaba en la pared del patio. Más que por adorno, el campesinado canario encontró en esos muros la solución que le permitía guardarlo cuando su tiempo de uso concluía cada año. De esta manera, la madera —presente en todas sus partes— se protegía de la humedad de la tierra. No se colocaba ahí por capricho. La lógica secreta del mundo rural descubría en esa pared un refugio estacional y, al colgarlo, la familia se despojaba de parte del peso que cargaba sobre sus espaldas. También de los surcos invisibles del esfuerzo, esos que no aparecen en las etiquetas de los sacos de papas. Colgar el arado era protegerlo de la lluvia, de la carcoma, de la vejez. Colgarlo era también descansar del trabajo, como quien cuelga las fatigas y los sudores al final de un día largo. O como quien apaga la llama de una vela: no para negar la luz, sino para encender el sueño del descanso.


Entre cuelgues, descuelgues y traslados de un cultivo a otro, los paisanos agrícolas lo emplearon, además, para poner a prueba tanto la habilidad como la fuerza necesarias para manejarlo. Así nació una práctica que consistía en levantar el arado hasta la posición vertical, sujetándolo por el extremo del timón. Incluso se le añadía el peso del yugo en la parte anterior para aumentar la dificultad. Tal vez alzarlo así equivalía a elevar el campo hacia el cielo. Levantar el arado era como levantar al padre. Al padre y al abuelo. A la familia entera. Tal vez levantar el arado sea levantar el mundo.

Quizás haya llegado la hora en que sean las paredes de los gimnasios las que sostengan los arados. Y que sea el alumnado quien se ejercite con ellos. Un ejercicio que les enseñe a tocar la raíz del esfuerzo, a aprender a sudar con el corazón y a conocer el peso de un día de trabajo en el campo. Tan solo hace falta que se le dé un punto de apoyo institucional a tal iniciativa: el mismo punto de apoyo que Arquímedes pedía para mover el mundo. Nosotros no pretendemos moverlo. Pretendemos sostenerlo. Sostenerlo, simplemente, para que no se nos caiga de las manos.




 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tregua y continuidad

La Revoliá: el empeño de la insistencia

El fraude de la vergüenza