El trompo y el mundo




Apenas hay tiempo ya para que un trompo baile en cualquier plaza de cualquier pueblo o en una calle cualquiera. Apenas tiempo para que la chiquillería se junte a enredar un hilo en su barriga de madera y, lanzándolo al suelo, sonreír cuando da vueltas sobre sí mismo. Apenas tiempo ya para ver cómo algo tan sencillo es capaz de mostrarnos años de habilidad y de asombro.


Apenas las manos de niñas y niños amarran sogas, dibujan caminos en la tierra o lanzan trompos que jueguen con las leyes del movimiento. Ahora se deslizan —gracias a nuestra complicidad de adultos— sobre las pantallas virtuales, lisas y brillantes, que les ofrecemos para que se entretengan. Y así conseguimos que sus dedos sean cada vez más veloces y sus manos cada vez menos sabias.


Apenas les explicamos que los lanzamientos flojos y los nudos mal hechos forman parte de esa deliciosa libertad de equivocarse. Que se ha de aprender a tensar la cuerda, a envolver su vientre con cuidado, a calcular el giro con la intuición que nace del juego. Porque con el juego del trompo se entrena la coordinación, la fuerza justa y la sensibilidad compartida. Se entrena también el vínculo con lo que nos rodea, con el suelo que recibe el golpe y con el aire que acompaña su rumbo. No les enseñamos que sus pequeñas manos guardan memoria, que son capaces de aprender el lenguaje secreto de las cosas, de producir belleza, de compartir la alegría de echar a andar un objeto pequeño y simple hasta que este parezca flotar. 


Y no es que reneguemos aquí de la tecnología. Tan solo reclamamos un espacio para lo manual, para lo lento, para lo palpable. Un espacio para que las manos de la infancia no olviden la sensación de la madera rugosa ni tampoco cómo se anuda un hilo. Un espacio para lanzar, atrapar y recoger. Un espacio donde no se pierda la magia de aprender tocando, riendo, expresando alegrías y llantos. Porque en un mundo donde todo parece girar cada vez más rápido, tal vez sea el trompo —con su paciencia antigua— el que nos recuerde que también se puede girar con sentido.


       También porque la infancia que juega al trompo no aparece —como si no fuera importante—, ni en los periódicos ni en la televisión. Desaparecen de las entrevistas los educadores de calle, monitores de tiempo libre o animadoras de lo social que comparten con ella su tiempo. En cambio, sí aparecen, continuamente, los niños grandes que lanzan cohetes al espacio y misiles al cielo: esos que no saben dibujar caminos sobre la tierra y sí atrocidades y miserias. Seguramente, de niños, no jugaron a envolver vientres con otros niños. Tampoco compartieron hilo ni suelo.




…desde hierbolario.blogspot.com,

Eduardo González,

para la pediatra gazatí, Alaa al Najjar…

…a la que le asesinaron nueve hijos.


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