El mural de noviembre


 El mural de noviembre

A finales de los años sesenta, Vecindario —entendido no tanto como un lugar concreto, sino como un concepto en formación, una forma de estar y convivir— atravesaba un proceso de transformación profundo. La zona, hasta entonces predominantemente agrícola, comenzó a diversificarse. La construcción, el comercio y la hostelería impulsaron un crecimiento demográfico acelerado, modificando las dinámicas sociales y la propia fisonomía del lugar. Donde antes sólo soplaba el viento comenzaron a levantarse calles, casas y vidas. Ese crecimiento rápido se reflejó en la aparición de nuevos barrios y edificaciones, configurándose un paisaje arquitectónico y social diverso, complejo, seguramente falto de un manual de instrucciones y que aún, hoy día, define a la localidad.

En ese contexto, Vecindario se convirtió en un espacio de encuentro entre distintos colectivos. Por un lado, los habitantes de siempre —con sus costumbres, sus manos curtidas por el sol y la sal de los alisios— trataban de adaptarse a los cambios que imponía el progreso. Por otro, los nuevos residentes aportaban nuevas formas de relación y de comunidad. Este encuentro generó oportunidades de intercambio y enriquecimiento cultural. El pueblo crecía tanteando la oscuridad, extendiendo las manos hacia algo que no sabía si encontraría pero sí sabia que buscaba.

Durante los siguientes años, Vecindario fue también un escenario clave para diversas reivindicaciones sociales y políticas. La creciente conciencia de los derechos laborales, especialmente entre los trabajadores agrícolas, de la construcción y la hostelería, impulsó la organización de movimientos sindicales. Asimismo, las demandas por mejores infraestructuras y servicios públicos se hicieron más visibles, reflejando las necesidades de una comunidad que buscaba mejorar su calidad de vida en un entorno que había cambiado drásticamente en poco tiempo.

Fue en ese contexto, en ese lugar que todavía no terminaba de reconocerse a sí mismo, donde apareció un mural. Una pared cualquiera, sucia y gastada, comenzó a transformarse en algo que obligaba a detenerse. No era una obra especialmente elaborada, pero lo que evocaba era suficiente para incomodar a quienes preferían el olvido. Recordaba un episodio oscuro: el 15 de noviembre de 1911, seis trabajadores portuarios fueron asesinados a tiros por la Guardia Civil durante una manifestación en la capital grancanaria.

Lo que ocurrió después bordeó lo absurdo: el mural fue borrado y quienes lo habían pintado fueron detenidos, como si la represión bastara para borrar también la memoria. Pero borrar algo es, a veces, una forma de hacerlo más visible. Pocos días después, el mural reapareció, esta vez con más manos. Y de nuevo llegaron las detenciones. Y éstas, lejos de desanimar a los implicados no hicieron sino reforzar su propósito.

Cuando el tiempo había pasado lo suficiente como para que algunos creyeran que la historia se diluiría, llegó una voz inesperada. No venía de la calle, ni de las manos que pintaron, ni de la Guardia Civil que mandó borrar. Venía del interior frío de un juzgado. El magistrado de San Bartolomé de Tirajana, en su resolución, escribió que «los hechos que dieron lugar a las detenciones no constituyen infracción penal de ningún tipo». Y aún más: que quienes habían pintado actuaron «impulsados por una fuerte motivación democrática», ejerciendo una «expresión básica y genuina», la misma que sostiene el derecho a decir, a recordar, a no bajar la cabeza. Aseguró también que el mural no buscaba injuriar, ni desacreditar a cuerpos ni instituciones, sino «recuperar pasajes de nuestra historia social injustamente conocidos, pero significativos en la conquista de las libertades democráticas».

Así, entre borrados y repintados, entre detenciones y absoluciones, el mural dejó de ser sólo un recordatorio histórico para convertirse en símbolo: un alegato silencioso contra la indiferencia, contra esa tendencia tan humana a desviar la mirada cuando el pasado incomoda. Y lo que prendió allí no fue una consigna sino algo que se les quería negar a los de a pie: la posibilidad de ponerse en pie.

para hierbolario.blogspot.com

Eduardo González.








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