Mirar el suelo


 Mirar el suelo

Durante estas últimas semanas cae una lluvia que nos aprende a mirar el suelo. El asfalto, herido y resquebrajado, se cubre de charcos donde el mundo de arriba decide darse la vuelta. Entonces vemos las figuras invertidas: las nubes atrapadas en un cristal frágil o un árbol con las ramas desnudas enseñándonos que el cielo también sabe tocar la tierra. Todo parece provisional y sabemos que bastaría una pisada —o las ruedas de un coche que pasará dentro de poco— para romperlo en pedazos.

En este sureste de vientos y sequedades la lluvia no cae: se recuerda. Cada gota nos trae una memoria de sed, de cercados que aprendieron a sobrevivir mirando a las nubes y de barrancos acostumbrados a esperar su momento. Aquí el agua no solo moja. También revela. Hace visible lo que siempre estuvo ahí pero que el olvido no nos dejaba ver.

Entonces vuelve la infancia. No como una escena completa, sino como un gesto. Nos vemos inclinándonos sobre los charcos buscando en ellos un reflejo que no era el nuestro. Sabíamos —aunque no lo supiéramos decir— que ahí abajo había otro mundo, uno en el que nos podíamos sumergir sin hacer ruido. Y saltar dentro de él era una tentación.

Por eso ahora nos asomamos al borde del charco con la misma intención de entonces. No para vernos, sino para comprobar que aún hay reflejos, que todavía es posible que este mundo nos devuelva una mirada. Por eso, mientras dura la lluvia, seguimos mirando el suelo.



para hierbolario.blogspot.com

Eduardo González 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Tregua y continuidad

La Revoliá: el empeño de la insistencia

El fraude de la vergüenza