Más conciencia que luces
Más conciencia que luces Si de verdad estuviéramos dispuestos a exigirles a quienes administran lo público un mínimo de seriedad; si fuéramos capaces de recordarles que el cargo no es un privilegio sino una responsabilidad y que sus decisiones arrastran vidas en vez de titulares; si pudiéramos, siquiera por un instante, apartar el ruido de sus enfrentamientos y hacerles ver que, más allá de sus reyertas particulares, la sociedad se enfrenta a desafíos que desbordan cualquier cálculo partidista; si pudiéramos hacerles entender que gobernar no es ocupar espacio, sino hacerse cargo del tiempo ajeno, del pan de mañana y del miedo de hoy; si, por sus propias capacidades, pudiesen darse cuenta que hay momentos en los que no hacen falta más luces, sino más conciencia, entonces muchas otras cosas quedarían en un segundo plano. Porque cuando la corrupción se normaliza, cuando el enfrentismo se convierte en método y la desolación en paisaje habitual, resulta casi obsceno exigir entu...