Once horas para adelante
Once horas para adelante
Me decía mi padre que los relojes se estropean si uno los hace andar al revés. Que por algo las agujas giran como giran, que no es por capricho de nadie sino porque así se sostiene el mundo, o al menos el nuestro. Decía que si se forzaba el paso contrario, la cuerda acababa partiéndose y luego no había mano maestra capaz de recomponer los dientes de la rueda. Yo lo escuchaba sin entender del todo, pero ahora que la cuerda soy yo, lo entiendo mejor de lo que quisiera.
Escribo con su reloj de bolsillo en la mano, el mismo que parece que solo funciona cuando lo miro, como si necesitara un testigo para avanzar. Estoy pensando cómo decir que le doy para delante once horas, para adecuarlo al tiempo que hoy empezamos a medir. Y no lo hago por sabiduría ni por modernidad, sino por esa manía cogida mía de creer que para atrás nunca. Nunca para atrás, repetía mi padre, como quien lanza un conjuro contra algo que no se nombraba, como si aquello —lo que no debía volver— tuviera todavía fuerza para regresar.
A veces pienso que él hablaba de los relojes queriendo hablar de otra cosa. De algo que se quedó en su tiempo, en ese lugar donde los hombres cargaban su historia sin poder dejarla caer. Tal vez por eso no me explicó más. O tal vez fui yo quien no supo preguntar.
Hay quien dice que atrasamos los relojes para engañarnos. Pero yo creo que es al revés: los atrasamos para creer que vamos por delante de ellos. Para creer que somos nosotros quienes decidimos mover el tiempo y no el tiempo el que nos mueve a nosotros. Porque si los dejáramos quietos, tal vez tendríamos que reconocer lo que se nos quedó atrás, lo que se rompió, lo que no supimos decir a tiempo.
Por eso, si me preguntan cómo anda el reloj, tendría que decir que anda así: llevando el tiempo por delante como quien lleva un saco que no quiere dejar caer. El mío, el de la cocina, tiene un tic tac que recuerda la frase de mi padre, que vuelve como vuelven todas las cosas que un día fueron verdad: Los relojes fueron hechos para andar en el sentido de las agujas y no en el contrario.
Y mientras lo recuerdo, sin quererlo, lo adelanto once horas. Por eso hoy, en vez de domingo, ya es lunes.
Eduardo González.

Comentarios
Publicar un comentario