¿Adónde van?
¿Adónde van?
En La Revoliá hay algo de obstinación en el regreso. Y quizás por eso se pregunta adónde van las palabras que no se quedaron, las que se dijeron sin saber que algún día serían semilla. Adónde van los ecos de una tarde cualquiera, las miradas que se cruzaron con un garrote en las manos. Tal vez aún floten en el aire, buscando el mismo rincón donde los niños aprenden a mirar a los mayores sin miedo. O donde los mayores aprenden a volver a mirar como niños.
Esta imagen tiene ya quince años. Fue tomada en una plaza abierta, junto al murmullo de un pueblo. El sol cae sobre las sonrisas serias de los más pequeños que sostienen el hilo invisible que los ata al tiempo de los abuelos. Detrás, los mayores dejan que sus gestos hablen, que el cuerpo aprenda antes que la palabra.
A veces me pregunto adónde van esas palabras que no se quedaron, las que se dijeron en silencio o se confundieron con el viento. ¿Adónde van las miradas que un día partieron, los movimientos que fueron algo? Quizás no se van del todo. Quizás permanezcan suspendidas, sostenidas con la misma respiración que las trae de vuelta.
Muchos de los que aparecen en esta foto eran niños entonces. Han crecido con el sonido del garrote y la voz de quienes los guiaron. Y en ellos continúa latiendo algo que no se ve, pero que se reconoce: la certeza de que lo aprendido con respeto se hereda sin palabras, como un pulso que pasa de mano en mano.
Adónde van las cosas pequeñas, lo común, lo de todos los días —la mano amiga, la voz que llama para entrenar—. Tal vez a los mismos lugares donde habita la memoria: a las rendijas de los patios de los colegios y a los ecos que el cuerpo recuerda cuando el alma se calla.
Esta fotografía, más que una imagen, es un regreso. En ella vuelven los rostros, las voces, los gestos de aquel tiempo que parecía irse. Y uno comprende que La Revoliá no solo enseña un juego, sino una forma de permanecer. Porque las palabras, aunque parezcan perderse, regresan siempre convertidas en raíces. Y lo que un día fue aprendizaje, vuelve convertido en memoria.
Quizá nada se va del todo. Quizá las palabras de entonces aún andan por aquí, recordándonos que todo lo que se transmite encuentra la manera de quedarse.
“¿Adónde van las palabras que no se quedaron,
adónde van las miradas que un día partieron…?
¿Acaso se van?
¿Y adónde se van?”
— Silvio Rodríguez
Eduardo González

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