Churros con chocolate en Tejeda
Churros con chocolate en Tejeda
Cuesta no sentir una profunda incoherencia cuando se invita a comunidades rurales, con identidades bien arraigadas y oficios culturales frágiles, a participar en una grabación destinada a promocionar una iluminación comercial que poco tiene que ver con su realidad. La propuesta de grabar un vídeo, vinculada a la campaña para iluminar Tejeda —con el Juego del Garrote Tradicional de Gran Canaria como invitado—, convierte un patrimonio nacido de la tierra en un decorado más dentro del paisaje navideño de este consumo acelerado que padecemos.
Es difícil no preguntarse qué sentido tiene vestir de luces un territorio cuya fuerza reside precisamente en lo contrario: en la sobriedad del campo, en la memoria que se transmite sin focos y en el ritmo lento y honesto de quienes lo habitan. Tejeda no necesita un manto dorado para brillar; su luz es otra y proviene de una historia colectiva rodeada de riscos, montañas y calderas que no cabe en la lógica del disparate.
La paradoja se vuelve aún más visible cuando uno recuerda que, en municipios vecinos al que pretende iluminarse, la cultura sufre un continuo intento de regresión y desmantelamiento. Esta situación contrasta con el reciente interés por vincularse públicamente a un Bien de Interés Cultural de ámbito insular mediante acciones promocionales de todo tipo. Ello debería invitarnos a reflexionar —más aún a quienes administran lo público— sobre la coherencia y el cumplimiento de las obligaciones de las administraciones locales respecto al fomento y la protección del patrimonio cultural, sea éste material o inmaterial. Resulta difícil conciliar ese abandono con el súbito entusiasmo por un vídeo promocional que, más que difundir la esencia del patrimonio, parece orientado a publicitar particularmente a quienes lo impulsan. La cultura, cuando se descuida en casa y se exhibe fuera, deja de ser compromiso para convertirse en un gesto de interés personal.
El Juego del Garrote, recién reconocido como patrimonio —lo que implica que este bien goza de una protección y tutela especial, y que cualquier actuación debe evitar su descontextualización, banalización o uso inadecuado—, no debería ser arrastrado a una puesta en escena que lo desvincule de su contexto y lo utilice como adorno. En un momento en que lo rural se convierte con demasiada facilidad en escenografía de temporada, conviene recordar que hay tradiciones que no nacieron para iluminar campañas, sino para sostener la dignidad de quienes las guardan. Y esa dignidad no se alquila al mejor brillo.
Nos quieren servir un churro en la cumbre de Gran Canaria que, por mucho chocolate que le añadan, terminará repitiéndose en el estómago. Y en el pensamiento, a base de iluminadas diarreas mentales.
para hierbolario.blogspot.com
Eduardo González

Muy interesante reflexión
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