Universo Sadalónico
Universo Sadalónico
Encontré en sadalone.org —entre sus “soltadas” y su “diccionario sadalónico”— la confirmación, para mi sorpresa, de algo que llevaba años utilizando sin saber que, algún día que ya fue, alguien le puso nombre. Y a Victoriano Santana Sanjurjo le debo ese bautizo clarividente. El “lápiz de leer” que él llama lo llevo sosteniendo entre mis manos más tiempo del que considero razonable. O tal vez es que se me ha vuelto imprescindible más allá de lo que debería admitir. Y así, hasta el extremo de que aquello de ser un hombre a una nariz pegado acaba resultándome irrisorio sin gracia alguna: uno acaba pegado —en realidad y por muy grande el tamaño del órgano que el soneto pretendía ensanchar aún más— a un lápiz que sirve tanto para escribir como para leer.
Porque en cuanto lo suelto —si es que lo suelto— tengo la impresión de que las palabras se me desordenan. A veces creo que piensa por mí, que afila mis dudas y redondea mis certezas con una calma que yo no tengo. Otras, en cambio, me observa desde la mesa como si fuera él quien me leyera, anotando mis dudas en algún cuaderno que no es mío. Tal vez por eso leo y escribo con la misma herramienta, como quien usa una sola llave para abrir todas las puertas. Hay textos que solo existen cuando el lápiz los toca; otros parecen despertarse cuando uno les dibuja al margen una nota, una flecha o un signo que no sabe si indica un comienzo o una fuga. La lectura, entonces, se vuelve un territorio movedizo bajo los propios pies que buscan tierra firme.
Por eso agradecí descubrir que todo esto tiene un nombre, una constelación propia desde la que ordenar las manías que uno arrastra sin saber que lo son. Lo sadalónico —esa forma de mirar los textos como criaturas incompletas— me cayó encima como una revelación doméstica: llevaba años practicando esa incompletitud sin saber que alguien le había encontrado un universo donde hacerlas girar.
Desde entonces entiendo que no estoy corrigiendo mis propias palabras sino prolongando su respiración. Quizás por eso una soltada se me antoja como un gesto entre la necesidad y la intuición. O una grieta desde la que brota algo que no cabe del todo en un argumento. Entonces me reconozco en ellas, en ese temblor de las frases que no quieren cerrarse, como si cada punto y final fuera una deslealtad al propio pensamiento que vive en una continua expansión desde el mismo momento de su bingbang explosivo.
En el universo internauta existe una galaxia que me empuja a escribir estas líneas. Solo quería hacerme eco de sus coordenadas: www.sadalone.org. Lo hago por pura necesidad. Y porque, si la literatura ya le debe mucho a Victoriano Santana Sanjurjo, me atrevo a presentir que el futuro le deberá otro tanto —o quizá más— a ese universo sadalónico que ha sabido descubrir y nombrar. Porque mirar sadalónicamente no es únicamente reconocer un gesto de lectura o una manera de leer; es abrir una constelación entera. Allí conviven autores universales —como José Saramago— con voces contemporáneas que laten con igual intensidad —Ángeles Alemán Gómez, Víctor Álamo de la Rosa, Víctor Ramírez, Emilio González Déniz, Anna Starobinets, Juan-Manuel García Ramos— y con otras muchas más…(José Luis Correa, Alexis Ravelo, Francisco Morote, Nicolás Guerra Aguiar, Víctor. M. Bello, Osvaldo Guerra Sánchez… … …)…que habrán de disculpar mi errática memoria.
Ese cosmos sadalónico también rescata y honra figuras que la memoria literaria casi había dejado en lo invisible: desde la enigmática Hilda Zudán hasta el lirismo de Alonso Quesada (Rafael Romero Quesada) o la singularidad de María Dolores de la Fe; voces que, lejos de ocupar vitrinas estancas, se entrelazan en la misma respiración de lectura y escritura que este universo propone.
Y, entre todos esos nombres —me he olvidado de muchos, lo sé— que centellean en el firmamento sadalónico, hay uno que ocupa el centro de gravedad sin imponerse nunca: Victoriano Santana Sanjurjo. Su manera de leer —que es también una forma de escribir— tiene la delicadeza de quien acaricia un instrumento que no quiere desafinar jamás: la lengua. Cuando Victoriano comenta, parece escuchar el murmullo previo que origina cada frase; cuando escribe [ Un gestor administrativo de contenidos», «Memorial de la pandemia», «Marcelas todas», «Moiras apoteosis», «Extra omnes», «Decálogo sobre el libro impreso», «36 años de un instante:C.P. León y Castillo, 1987-2023», «Leccionario de Átropos», «El Quijote tuneado», etc, etc…] abre un territorio donde el pensamiento avanza sin prisa. Hay en su labor algo de artesano —docente y decente— que pule sin borrar, de caminante que sabe encontrar senderos en los márgenes del libro sin pisotear los surcos ajenos ya sembrados. Por eso su universo no solo convoca autores: también ilumina a quienes los leen, como si cada soltada, cada diccionario, cada mínima anotación fuera una invitación a respirar la literatura con la misma hondura con la que él la habita.
Entrar en Sadalone.org es reconocer que no hay un solo centro: es descubrir ríos que confluyen en corrientes inesperadas; libros canónicos que dialogan con poéticas locales; autores reconocidos que conversan con otros menos visibles pero igualmente imprescindibles. Y en ese eco coral —que no jerárquico— redescubro mi propio asombro: cómo las palabras de unos y de otros se prolongan, se abisman y se responden.
Puede que en otros universos literarios los nombres estén alineados en la misma elíptica que describen; aquí, sin embargo, lo que importa es la coexistencia de pulsiones, la incompletitud compartida, y la necesidad continua de nombrar, de reescribir y de ampliar. Ese es el milagro sadalónico que se ve, en noches claras, a simple vista y sin necesidad de anteojos telescópicos alguno: como mismo se verán las luces por las que esperamos después de las tinieblas. [SPERO LVCEM POST TENEBRAS]
Eduardo González

Comentarios
Publicar un comentario